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Teatro y cine, con la visión de un pintor



Escribe: JAMES LLANOS GÓMEZ*


El lenguaje de estos dos Cíclopes está dividido con una delgada liana que deja fugar de su orilla una fuerte expresión que se manifiesta en distintos espacios, es decir, lugares pequeños y concisos, llenos de objetos, cosas, luces, ambientes, personas o ausencias representadas que se vuelven voluptuosas ante la mirada del espectador, que conducen al público y le generan la sensación climática, sea esta de frío o de calor, propia del ambiente, del aire de la escena, de la imagen.


La técnica de escribir para el cine no es igual a la técnica empleada en la dramaturgia o en la novela, tienen tonos, matices, formas... En la novela, por ejemplo, el autor goza de libertad, no sufre las cruces del teatro, en fin, todo tiene sus propias reglas, afectos y efectos. Adaptar novelas para cine o teatro es difícil, sin duda, y supremamente ignominioso, que mata la vida de las representaciones, puesto que interpreta o suplanta los efectos de la escritura por los efectos de la imagen, interpreta la imagen del literato en acción actoral.


El teatro es una pintura en movimiento que desgarra las vísceras del espectador, el cine, a su vez, es una escaleta en escenas que sucede a través de multiplex iconografías, al mejor estilo de la pintura puntillista, es decir, a más puntos más fuerza, una acción que genera una emoción, un sentimiento. Los dos están hermanados biológicamente, pero en el fondo son distintos.


El cine es la ciencia de recuperar el tiempo, en el cine está la excelencia del actor, es la subjetividad del objeto y del cuerpo: "No hay tanto cine que hable del deseo entre hombres maduros", se le oyó afirmar Pedro Almodóvar.


El teatro, ciencia gravitacional del cuerpo, del movimiento sin tiempo, ni espacio, el área que no acepta equivocaciones mínimas. El teatro es objetivo. Orson Welles decía que había que hacerles el amor a los actores, es una manera de sobrepasar la soledad. Cuando un actor revela algo íntimo, profundo de él, es un reflejo que produce una revelación. La clave del teatro es el actor, no es la escenografía, es el ser vivo del actor, y eso es lo que más le interesa al arte dramático.


Pocas sensaciones en la vida se parecen a la expectación, al deseo de encuentro de los amantes de la imagen, como el ritual de asistir al cine o al teatro. En una ocasión creí oírle y señalar a una actriz: “Cuando yo asisto a teatro, me acomodo sin prejuicios, solo abierta a la expectativa de lo que voy a ver”, esta máxima es algo que aprendí, quitar o deshacer los prejuicios en lo que uno va a ver como expectación, llámese teatro, cine o cualquier otro espectáculo.


Ahora bien, el teatro, ese cubo o rectángulo sin profundidad de campo, es la escena que desarrolla una acción, un diálogo, una interacción, donde se hallan representadas múltiples profesiones y emociones que, de momento, podemos no reconocer. Lo cierto es que la dramática debe fomentar la emoción de la compresión y enseñar el placer de modificar la realidad. La aldea no debe dar fe únicamente de cómo se liberó Prometeo, sino prepararse para el placer de libelarle. Debemos enseñar a apreciar el teatro, toda complacencia y goce sentidos por el fabricador, la satisfacción del triunfo del liberador.


a forma, es improvisación constante, es la puesta del actor que cambia en cada época, en cada momento, en cada segundo de la obra; el texto es igual, el traje es igual, pero el actor es distinto, es una vivencia, es entrar en un espacio mágico, sagrado secularmente, y esto debería entenderse sin las connotaciones religiosas. Como el atleta cuando entra a la pista o el futbolista pisa la cancha.



Por otra parte, el cine es también onírico, se ve, se siente, se escucha, pero no se huele, pierde la atmósfera de los aromas, es como un sueño; mientras que el teatro es vivencial y de entrada nos conecta a través de los olores. Me acerco inicialmente a los sentidos porque son la puerta de entrada a las sensaciones que acumulo con la experiencia vivida.


Creo vivir de nuevo a través del recuerdo fugaz pero nítido, la tarde en que vi por vez primera I took Panamá, en cada fotograma hay un revuelo de colillas encendidas, hay sudor, humedad y desodorante de baño. Quizá a eso olía el teatro, en esa atmósfera se desarrollaron las escenas. Esa experiencia no me queda ahora ni en el sueño, ni en el cine.


Los olores en teatro tienen la particularidad de integrarse a los actores, por ejemplo, lo que no ocurre con el cine, pues allí se diluyen y desaparecen.


Recuerdo, en esta línea, a Gabo y a los más grandes escritores que señalan la importancia de describir a través de los sentidos. El lector debe oler, sentir texturas, escuchar silencios.


El ser humano se separó de la naturaleza, de todo lo sublime, nada en el fondo del espectáculo es esplendoroso, nada, por el contrario, todo es angustioso, todo huele, todo sabe, todo duele. Todo pasa por las huellas marcadas interiormente. El teatro y el cine, extraen a través de una bocanada del aliento, todo el espíritu del artista de manera expectante: las cosas, los sentimientos y emociones puestos en un guion.


Las tesituras de las acciones que se generan en el teatro y posteriormente en el cine, son efectos que llegan a encontrarse de manera que sobrepasan las emociones del actor o la actriz y luego del espectador, no son nada fáciles de denotar, por cierto. Es una suerte de furia animal que desaloja el espíritu interior por los canales de la sensibilidad, unificando la teatralidad y la actuación cinematográfica.


Añádase a esto la forma y el contenido, que son dos palabras que no se pueden entenderse como dos cosas que se presentan de manera sencilla y ahí acaba todo. Estos temas no se limitan a las artes únicamente. La forma es lo primero y el contenido lo secundario, es una reacción de la clase dominante cuando sus intereses esta amenazados. Esto lo recoge el cine y el teatro, esta parte define a los directores, guionistas y, posteriormente, a los artistas de manera que entran en un estado de reflexión filosófica. Una fase que muestra la condición de clase y esto define o encamina al espectador a seguir un patrón de vida en el mismo instante que ve esta información con el lenguaje propio de la estética.


Así, el lenguaje de los procesos, con sus propias leyes, sus principios y problemas, artística y socialmente condicionados, nos deja claro que son dos cosas que debemos definir desde el principio y que, en el cine o en el teatro, cambian solo con el lenguaje de la tecnificación. El espectador ve solo su propia imagen, es decir, el cine suprime esta riqueza del lenguaje de controvertir. La imagen en vivo con su poder e influencia seduce directamente al alma. El color, los objetos se comportan al igual que la música, los sentidos martillan, el alma rompe su cadena. El artista es la mano que juega, tocando una tecla u otra, para causar vibraciones en esta alma del espectador. El teatro es el arma directa e instantánea para herir. En el cine, el artista ha de tener algo qué decir, pues su deber no es dominar, como llegó a afirmar Kandinsky, la forma, sino adecuarla a un contenido.










*Pintor, artista plástico y uno de los artistas más relevantes a nivel nacional. Curador de la Sala "Carlos Drews Castro".

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