En la noche del 3 de mayo de 2017, tras una breve convalecencia dejó de existir quien fuera en vida Everardo Duque, de profesión comerciante pero en el estricto significado de la palabra, hombre cabal que supo ser referente indiscutido en su feudo, prodigando amor a propios y extraños con particular calidez.
Orientador, verdadera lámpara de Diógenes ayudando a abrir paso entre las sombras del desconocimiento, así como genuino trozo de la historia grande del municipio de Calarcá, del departamento del Quindío, de Colombia entera, la cual le dio sólidos argumentos para transformarlo quizás en anónimo pilar de increíbles historias que a pesar de las continuas reiteraciones, no dejaron nunca de asombrar ni llamar a la reflexión al enseñar, hacer de las delicias o descubrir la inusual riqueza de sus contenidos.
Testimonio invaluable
Antiguo propietario de una finca cafetera, descendiente de pioneros fundadores del municipio de Calarcá, sus viajes con motivo de negocios no le impidieron vivir la efervescencia de la historia colombiana reciente en la etapa de la denominada “Violencia”, a finales de la década de los años cuarenta del siglo pasado.
No sólo era de los pocos sobrevivientes que oyeron el agitado verbo del inolvidable líder del liberalismo, Jorge Eliécer Gaitán, en oportunidad de arribar hasta la “Villa del Cacique”. Estuvo en primerísima fila durante la visita del presidente Mariano Ospina Pérez, acto inmortalizado en una fotografía el Museo Gráfico y Audiovisual del Quindío, a cargo de Luis Fernando Londoño Aristizábal, donde se lo puede ver.
De filiación “conservadora laureanista”, como le gustaba aclarar y de pertenecer a una tendencia ideológica por entonces minoritaria en proporción de casi diez a uno, el enorme respeto inspirado a sus semejantes con una profunda orientación hacia el bien común, motivaron a que las autoridades lo convocaron a promover el mantenimiento del orden.
Sin modificar su condición civil, no vaciló en ponerse de manera formal al servicio de la ciudadanía. Jamás le hizo falta someter a prueba la puntería casi infalible o la instrucción de un viejo sargento, quien le enseñó las artes de la confrontación a machete limpio en el servicio militar de aquellos años perdidos. Aunque a fuerza de complexión atlética pudo equiparar con creces una corpulencia que nunca lo favoreció demasiado, le bastaba hacer acto de presencia, imponer la mirada adusta o alguna voz de autoridad, para inhibir la baja naturaleza de los desmanes.
Como a la mayoría de los de su generación, le tocó ver la muerte a los ojos, testigo de innumerables tragedias, al margen de una hija que partió a los quince años, víctima de un mal incurable y siempre llevó dentro del pecho.
La grandeza de Everardo Duque queda manifestada cuando siendo fiel a sólidas convicciones, se permitía entablar amistad, de admirar contradictores a veces diametralmente opuestos a su forma de ver la realidad, por el mero hecho de saber anteponer el valor humano, dar el ejemplo de ser dueño de una asombrosa amplitud de criterio, aún tratándose de un hombre al borde del centenario. Igualmente, de una proverbial claridad sincera, capaz de admitir incluso la necesidad de modificar algo de forma pública, sin importar vaya a contravía de sus estructurados pensamientos.
Más de cincuenta años después, se dio el lujo de acompañar hasta la última morada los restos de Guillermo Salazar, padre de la también extinta bolerista, Luz Stella Salazar Medina, asesinado por la insensatez de los antagonismos absurdos, quedando como uno de pocos privilegiados que tras una existencia de espera angustiosa, pudo despedir al entrañable amigo, cuando ya había cosechado una familia extraordinaria y trazado el surco sobre las bases de los más esenciales valores.
En los últimos años, se lo veía orgulloso, feliz de creer ver concretarse la dulce esperanza de la tan anhelada paz, la misma que contempló perderse en la neblina de los recuerdos de una memoria prodigiosa, al encarar la inevitable curva hacia el ocaso
Deudos
Sobreviven al ilustre y ejemplar hombre de bien su señora esposa, la dama rosada Doña Luisa Vargas Ceballos, mujer devota de Dios dedicada por entero a la familia, sus hijos Guillermo, conocido en el ambiente familiar como “Memo”; Francisco, llamado “Pacho”; María Cristina, Diana y Carlos Enrique, “Quike”, ex candidato a la alcaldía y al concejo calarqueño, el cual a propósito de la irreparable pérdida expresó en su momento en la cuenta de una popular red social:
“En la noche de ayer, 3 de mayo a las 11 y 15 de la noche, en mis brazos se extinguió la llama de la alegría que iluminó a mi familia. Cesó funciones un cerebro lúcido, una memoria prodigiosa que enseñó a amar el terruño que nos vio nacer, la autoridad que me enseñó límites y valores, el cómplice que supo comprender y respetar nuestras frenéticas búsquedas de otros mundos.
El maestro que hizo de su existencia un tratado del buen vivir, el amigo leal, el veterano futbolista, el exquisito billarista, el padre que nunca se ausento, el abuelo amoroso, el fascinante contertulio y el incansable cantor de boleros, tangos, bambucos y mil aires bohemios y montañeros.
Mi “viejo”, mi nonagenario padre echó a volar su espíritu a otros fractales espacios, dejando devastado el mundo familiar. El eterno esposo, el estimulador padre, el ensoñador abuelo, que extrañaremos y recordaremos por siempre: ¡EVERARDO!”
Nietos, hijos, sobrinos, también recuerdan su la partida con el sabor agridulce de la ausencia, mezclada con la hermosura de un legado lleno de orgullo de ser evocado.
En cuanto al resto de quienes tuvieron el inmenso honor de conocer a Don Everardo Duque, bien podría decirse parafraseando algunos segmentos poéticos del himno quindiano, que hizo propio aquello de “Salve, casta del abuelo, que sembró su corazón”.
Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI*
*Periodista, escritor, poeta y cantautor. Director general de Diario EL POLITICÓN DE RISARALDA y de su suplemento, ARCÓN CULTURAL. Integrante de ¡UYAYAY! COLECTIVO POÉTICO, así como del CÍRCULO DE POETAS IGNOTOS.
En nombre propio y de mi familia, quisiera expresar mi mas sentido agradecimiento al diario El politicón y sus directivas, y de manera especial al periodista argentino CARLOS ALBERTO RICHETTI C., su especial deferencia para con mi padre, su inmejorable percepción de lo que fue el espíritu de mi padre, su destello vital y el profundo dolor que su ausencia nos ha ocasionado a familiares y amigos.