Escribe: JHON JAIRO SALINAS*
(...) Acabó de decirlo cuando Colombia sintió que un delicado viento de luz, le arrancó las sábanas de la paz, sus manos las desplegó con toda su amplitud.
La guerra sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines guerreristas, y ellos trataron de agarrarse de la sábana sediciosa de la paz.
Pero no... se dejaron caer, en el instante
...en que la paz empezaba a elevarse...
Los guerreristas, ya casi ciegos, perdieron la serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable de la barbarie y la muerte, y dejaron las sábanas de la paz, a merced de la luz y en la continuación de la guerra.
Viendo a Colombia, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de continuas masacres.
Las sábanas que subían con ella (la paz) quedó abandonada, en el aire de los escorpiones del corazón grande y mano firme, se siguió purificando con el hedor de la muerte.
Los corazones tiernos, posaban con la paz a través del aire, y las cortas tardes de la vida... se perdieron con ella para siempre en los altos aires de la estúpida guerra donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria...
Hoy, aquella Colombia profunda, está olvidada hasta por los pájaros, donde el polvo y el calor se hacen tan tenaces que cuesta trabajo respirar... Recluidos por la maldición de la guerra perpetua.
Y, el amor por la paz en Colombia, es como una casa vacía, donde es casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas que se convierten en bombas infames.
Son muchos los años. Aquellos campos se han convertido en frentes de fusilamiento. Los generales han de recordar los mal llamados "falsos positivos"; la "Seguridad Democrática" los llevó a conocer el frío hielo de la maldad.
Colombia sigue siendo una aldea de fosas comunes, de esculpidos huesos, naufragando en lágrimas diáfanas que se precipitan en un lecho de piedras pulidas.
Colombia, la bella, sigue vagando por el desierto de la soledad, con la cruz a cuestas, madurándose en infernal pesadilla, en sus baños de sangre, en sus masacres sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios de injusticia divina, sin memoria, hasta infinitas tardes; doblando en el jardín sus sábanas blancas...
Algún día el cóndor morirá de viejo en eterna soledad, sin un recuerdo, sin una sola tentativa de condolencia, atormentado por los recuerdos y por las mariposas amarillas que no le concedieron un instante de paz, y públicamente repudiado como ladrón de gallinas. Ese día la blanca paloma extenderá sus alas en la paz de Colombia.
Si, mientras Colombia trataba de encontrar la Paz...a toda hora y en todas partes. La guerra había huido de ella tratando de aniquilar su recuerdo no sólo con la distancia, sino con un encarnizamiento aturdido que sus compañeros de armas calificaban de temeridad, pero mientras más revolcaba su imagen en el muladar de la guerra, más la guerra se parecía a Amaranta(...).
Adaptación de la obra original de Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad.
*Dirigente y defensor de derechos humanos oriundo del departamento del Quindío. Escritor. Poeta. Corresponsal y periodista tanto de Diario EL POLITICÓN DE RISARALDA, como de su suplemento, ARCÓN CULTURAL.
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