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La juventud colombiana dice "no al pasado" y "de ñapa", al uribismo



La apuesta del uribismo y de toda la derecha recalcitrante del no cambio, es hacia los poderes de turno, los dirigentes adeptos a estas fuerzas políticas reaccionarias y retrógradas. Pero a pesar de la eventual seguridad que le garantizan esas "fichas aseguradas" tiene la batalla perdida.


No se trata de una frase tendenciosa ni mucho menos partidista. Simplemente, la derecha con su accionar perverso, asesino o hambreador, mientras sí supo conquistar a la generación desclasada responsable de llevarla al poder, perdió de manera contundente el favor de los sectores analíticos de la realidad, del mundillo del arte, la cultura, así como de la juventud en general.


Alguna vez un referente uribista del Eje Cafetero aseguró que ni siquiera el propio Álvaro Uribe Vélez aspiraba a dejar un legado ideológico más allá de la muerte, a pesar de los denodados esfuerzos de antiguos escuderos de su régimen como José Obdulio Gaviria, quien paradójicamente no alcanzó a llegar a "la luz al final del túnel" en pleno Congreso, gracias al rápido accionar de un hombre de las ex FARC.


Del mismo modo que hasta en casos extremos los antiguos enemigos pueden ser futuros aliados y viceversa -de hecho, los mejores aliados de la derecha fueron los de la presunta extrema izquierda, dándole la razón a la hora de salir a "vender seguridad" o perjudicar al gobierno Petro- el uribismo junto a sus aliados, incluidos los del falso centro, tienen rota la relación con los jóvenes.

Es cierto que el Centro Democrático posee juventudes incluso mejores o más organizadas que las de otros partidos políticos. Pero si se le pregunta a la inmensa mayoría de adolescentes, sacando quienes no saben ni dónde están parados, el resto expresará su tajante rechazo a la figura de Uribe, sus desmesurados acólitos o los politiqueros de las agrupaciones tradicionales signadas por un legado indisimulable de corrupción.


Este fenómeno se viene dando desde antes del estallido social donde la base de la ciudadanía se manifestó abiertamente por un profundo cambio social, en cierta forma denegado por buena parte de la clase dirigente contra la voluntad del pueblo que encontró en Gustavo Petro su esperanza, para sacar a Colombia del atraso, el estancamiento y la delincuencia ejercida desde el poder de turno.


En contraste a los mayores, a los allegados a las familias, la juventud no comulga en absoluto con el pensamiento de muchos padres. No por rebeldía, ni insolencia, al margen de la falta de contribución de los medios, las modas y las tendencias para generar buenos ejemplos. Al adquirir estudios, conciencia social frente a la inminencia de los hechos, más allá de las pantallas de televisión, las radios, los diarios o las redes, muchos de ellos ven en sus predecesores los principales responsables de consolidar en los sucesivos gobiernos al crimen organizado.


Frente a la obsecuencia, la instalación de la mentira, la incertidumbre de cara al futuro, la realidad incontratable, la respuesta de los jóvenes a la sumisión de los padres a la politiquería, a partir de decisiones a veces tomadas a cambio de abalorios, supuestas oportunidades económicas o un "mercadito" de tres pesos, fue la de plantarse para decir: "No más".


El modelo neoliberal instalado, estimulando el egoísmo, la insolidaridad, el "sálvese quien pueda", se convirtió en un efecto colateral del sistema político, social y económico. Ya los jóvenes no quieren migrar a mendigar el pan que los dirigentes corruptos o gansteriles les niegan en un país rico. Desean quedarse a tomarlo. Reclaman un futuro. En ellos, la fórmula uribista basada en la concentración del poder, la seguridad democrática, la confianza inversionista, la cohesión social ni mucho menos el estado de opinión, tiene el efecto deseado. No tienen miedo y quieren vivir bien.

Llegaron al extremo de ser capaces de hacerse matar, quitar los ojos en las calles colombianas, a manos de las fuerzas del aparato represivo del Estado. Analizan. No creen así nomás en cualquier "vendedor de medicinas milagrosas". Ven en las fallas del pasado las causas de los fracasos sucesivos, lo cual los lleva a cuestionar seriamente el presente y a los referentes de la vida política nacional, sin distinción de partido ni de ideologías.


Y para bien, todo lo malo del país se lo achacan a los más de doscientos años con sus pocas excepciones, a pésimos gobiernos patrocinados desde el exterior con el apoyo intrínseco de los sectores del poder real. En especial, lo sucedido desde los últimos veinte años en adelante, donde si la jefatura del Estado no fue ejercida por Álvaro Uribe Vélez, lo fue en la práctica por medio de hombres de su confianza.


La misma persona que hoy la justicia premia dejando en libertad, sin admitir siquiera los testigos en su contra asesinados, ni juzgarlo por hacer parte o encabezar organizaciones dedicadas a delinquir aun antes de ser presidente, promoviendo la corrupción, el asesinato e instalando bajo su liderazgo sombrío una republiqueta narco paramilitar, en cuya persona convergen casi todas las conexiones mafiosas, ligadas al vaciamiento colombiano a expensas de las mayorías postergadas.


La juventud conoce perfectamente este o tantos otros hechos, ante los cuales sus mayores omiten, callan, bajan la vista o en el peor de los casos, defienden a ultranza aunque la consecuencia inmediata sea el atentado deliberado contra su propio bienestar o el de los suyos. Vive el día a día. Se pronuncia. Hace suyas las causas del colectivo al que pertenece, señalando la injusticia por medio de la palabra, las concentraciones, el arte de pintar los muros de todas las ciudades.


Definitivamente, el uribismo, la oposición, la derecha, el continuismo, perdió a la juventud para siempre, sin posibilidad alguna de poderla recuperar frente a las razones de la realidad objetiva. Y al perderla, recogerá al menos una las de tantas sentencias de muerte impunes que firmó: La de la vida, porque al sacrificar el futuro, serán los jóvenes los encargados de sepultar no sólo la inmerecida vigencia de la cual goza, sino su nefasto legado.



Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI*















*Periodista, escritor, poeta, actor y cantautor. Director general de Diario EL POLITICÓN DE RISARALDA y de su suplemento, ARCÓN CULTURAL. Integrante del CIRCULO DE POETAS IGNOTOS.

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