El país conoció la existencia del pueblo Nukak a finales de los años 80 cuando, huyendo de la violencia, llegaron al municipio de Calamar (Guaviare). Se supo entonces que eran una sociedad nómada, con jefaturas familiares basadas en grupos de autoconsumo, fundados en interminables recorridos de caza y recolección.
El auge cocalero de esos años, el crecimiento de la guerrilla en los años 90 y la llegada de los paramilitares en los años 2000, causaron una violencia que esta región no vivía desde tiempos de los caucheros del siglo XX. Progresivamente las unidades Nukak se fueron confinando y sedentarizándose de manera insospechada.
Como resultado de esta violencia fundacional, las pautas de asentamiento, la cultura de consumo mafiosa y los referentes patriarcales fuertemente acentuados, los grupos Nukak desplazados comenzaron a sufrir el desdibujamiento de su cultura y a convertirse en objeto frecuente de múltiples formas de explotación laboral y de violencia sexual.
En adelante, la sociedad Nukak experimentó graves afectaciones a su salud por tener un sistema inmunológico no adaptado al modo de vida del Guaviare. Como en tiempos de la invasión española, una leve epidemia podría volverse mortal.
De la medicina milenaria a la Ley 100
Uno de los caballos de batalla de los defensores del actual modelo de salud tiene que ver con la cobertura, es decir, el supuesto de tener el mayor número de afiliados independientemente que ello implique o no un acceso real, oportuno y confiable al sistema de salud.
Se supo entonces que eran una sociedad nómada, con jefaturas familiares basadas en grupos de autoconsumo, fundados en interminables recorridos de caza y recolección.
El actual sistema, como mucho se ha discutido, tiene serias dificultades para llegar a territorios rurales, especialmente a los más alejados de las grandes ciudades. Imaginemos entonces qué ocurre en los llamados territorios nacionales, donde no hay vías de comunicación, transporte digno o interconectividad.
Imaginemos ahora lo que ocurre en un resguardo en el Amazonas y cómo se integra a ese sistema un pueblo indígena “en situación de contacto inicial”, tal como ocurre con los Nukak, los Mapayerri o los Jiw; o como ocurrió con los grupos Saliva y Sikuane hace más de 30 años, como retrata Sayuri Matsuyama en su película María Salvaje, recientemente proyectada en salas de cine. Las dificultades de los grupos indígenas “en situación de contacto inicial” para acceder a un sistema de salud son más complejas que las experimentadas por un indígena que funda su relacionamiento con la nación a través de la etnicidad.
Es más complicada porque se enfrenta con mayor riesgo a enfermedades que no eran tratadas ni siquiera a través de sus métodos ancestrales; es más complicada porque no están afiliados al sistema de salud ni participan del llamado SISPI (Sistema integral de salud en los pueblos indígenas); es más complicada porque muy raras veces tienen documento de identidad que les acredite como colombianos.
La impracticable cedulación y la ilusoria consulta previa
Hace 500 años, cuando en tiempos de la Colonia todos los grupos indígenas estaban “en situación de contacto inicial”, los invasores se debatían en la manera de llevarles el bien, de darles el alivio del alma y la salud espiritual. Algunos franciscanos imponían una breve instrucción pre-bautismal, y después se lanzaban a bautismos masivos. Motolinea afirmó que, entre 1524 y 1536, se bautizaron más de cuatro millones de personas en México.
Con la cedulación de las poblaciones indígenas “en situación de contacto inicial” pasa más o menos lo mismo, aunque la instrucción de introducción al Estado nacional se toma en fincas de explotadores, en burdeles y cultivos de coca.
Y aunque la registraduría incluso se ha movilizado a realizar campañas de cedulación, toma de biotipos, huellas, etc., ese número y ese apellido materializados en un papel llamado cédula han acabado siendo empeñados en una cantina o en las manos de algún forajido. La cedulación de los Nukak es toda una paradoja de inclusión y muestra las dificultades particulares de su integración al sistema de salud.
La consulta previa es otra paradoja que viven a diario quienes han sido recientemente, y forzadamente, integrados a la sociedad nacional.
La consulta previa necesita un proceso de negociaciones con los miembros de un cabildo, de una organización política jerarquizada, la legitimidad de unas asambleas estatutarias y el reconocimiento de una idea de mayorías que, si bien son acordes con las normas aplicables para las poblaciones indígenas, resultan extrañas para conversar con grupos de cazadores-recolectores cuyos liderazgos se fundan en el parentesco y la redistribución.
Existe, pues, una tendencia a regir todas las comunidades indígenas bajo los mecanismos existentes con los grupos indígenas andinos. Siendo así, la propuesta de efectuar una consulta previa relacionada con el derecho a decidir (si afiliarse o no al sistema de salud) es entonces tan paradójica como improcedente.
En el caso de los Nukak encontramos adicionalmente unas barreras de acceso culturales. Solicitar una “cita” seguramente es improbable con un sistema de tiempo fundado en el andar el territorio, y someterse a un programa de vacunación resulta algo más parecido a un intercambio en que se da y no se recibe.
Más allá de una Nukak con EPS
Como ocurre en otros territorios no urbanos, el sistema vigente no logra una atención médica, y la afiliación no garantiza un servicio oportuno y de calidad. El sistema es obsoleto en su capacidad para atender esta población con las consabidas limitaciones: distancias, vías de comunicación, ausencia tecnológica, ninguna conectividad.
En el caso de los Nukak encontramos adicionalmente unas barreras de acceso culturales. Solicitar una “cita” seguramente es improbable con un sistema de tiempo fundado en el andar el territorio, y someterse a un programa de vacunación resulta algo más parecido a un intercambio en que se da y no se recibe.
Y aunque existe la propuesta de llevar unidades médicas móviles en proximidad a los “asentamientos”, el concepto occidental de enfermedad resulta tan ajeno a la cultura como la noción de salud preventiva; una vacuna, y ello se ha visto, es tomada mucho más como una oportunidad de intercambio que como una actividad en la que se recibe un don.
Las paradojas de un pueblo nómada y desplazado
Una afiliación a un sistema de salud debe tener en cuenta, por supuesto, los principios de residencia: virilocal, avunculocal (cuando “se van a vivir donde el tío de la “chica”), uxorilocal (cuando “se van a vivir donde el tío del “chico”), etc. La noción de “residencia” en un pueblo semi-nómada no puede tratarse a la ligera si hablamos de llevar un sistema de salud.
Por supuesto, no podemos imponer un supuesto bienestar, como ocurrió en la época colonial, a través de la imposición de unas instituciones ajenas: cabildos, asambleas, gobernadores, caciques, capitanes, etc. Todo en nombre del “bien común”.
La entrega de una cédula o de un carné en el momento de la vacunación, puede ser tan superflua como la entrega de un tamal en el momento de depositar un voto. Quizás, simplemente, el sistema deba ser universal, y tengamos menos que pensar en afiliar y mucho más en establecer lazos “filiales” con nuestros compatriotas de la selva.
Fuente: RAZÓN PÚBLICA
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